Él se llevó todo y ahora estás vacía. Y si te miras en el centro de dónde salen todos los sentimientos, llevas tatuado su nombre. 4 letras grabadas a fuego.

Y sientes que has fallado, a ti, a él, a todos los que te querían. Lo has intentado tanto, pequeña. Has sido una guerrera. Te has caído mil veces y te has levantado todas y cada una de ellas, porque rendirse nunca fue una opción. Y aún así, sigues pensando que fue tu culpa, que algo hiciste mal. Que deberías haberlo intentado más, luchar con todas tus fuerzas aunque eso implicase perderse por el camino. Que tú no eres Hansel ni Gretel y él no es el camino de migas.

Pero déjame decirte que no. Que así no. Ya no. Déjalo ir, pero déjalo ir de verdad. Suéltalo aunque te mueras por dentro, aunque tengas que apretar los dientes porque piensas que se te muelen los huesos. Suéltalo aunque tu mente te grite que puede funcionar, que te va a creer, que sólo necesitas que te dé otra oportunidad, que esta vez te va a escuchar.

Haz las maletas y huye. Huye de su piel, de su pecho dónde tanto te gustaba apoyarte. Huye de sus mordiscos a las 4 de la mañana a escondidas, de sus dedos que se clavan en sitios que pensabas que jamás nadie sabría tocar. Y tócate tú. Quiérete tú. Sálvate tú, porque él no va a regresar.